Cuando todavía no había comenzado, ya habías entrado en mi vida. Y lo hiciste a destajo, con los ojos abiertos, la lengua viperina y la sonrisa eterna.
Y conseguiste darle un vuelco a mis ganas, inundando mis pasos y con la posibilidad de encontrarte a las siete vueltas de tu casa. Y me importó una mierda que tuvieras el mal genio por bandera, cuando sabías que te pedía ternura. Todo me dio igual, hasta tus negativas; incluso tus ojos grandes y apagados en la distancia, y hasta las miradas que no veían, y las bocas cerradas sin decir "esta boca es mía".
Y tenías razón cuando me pediste aguantar tus demonios para que se llevaran bien con los míos. Y sabes que prefería tus infiernos, antes que esperar aletargado en un cielo donde no veía, por ningún lado, la frescura que me provoca tu averno. Y te consta que preferí beber de tu estigia envenenada, antes que sentarme a abrir el agua embotellada de sabe dios que sierra purificada.
Pero más razón tenías cuando me decías que buscara la alegría que me espera, la que no conozco, aunque me muera por lo malo conocido, pactando un futuro sin ti, pero contigo. Mucho pedir; un sin sentido.
Porque no quiero perderme tus tonterías, porque no quiero dejar de saber de ti, de tus genios, de tus inevitables encantadoras cagadas, de tu alegría cada mañana y, sobre todo, no me puedo permitir el lujo de no mirarte a la cara, por no tener el valor de disfrutar de tu sonrisa...y de tus ojos, y de tu particular forma de mirarme.
Y recuerda, no eres una princesa, porque no necesitas a un príncipe azul para estar, porque tú ya eres. Y eso no cambiará.
Firmado. Un sapo cualquiera.