Pasando de los postulados
neoplatónicos de Marsilio Ficino, y de las arbitrariedades
racionalistas, empíricas y pseudoroussonianas, me posiciono en la
vanguardia de la sensibilidad; pero más parecida a la que nos legó
Shelley, que la que Byron plumificaba en sus escritos.
Bastiones de sentimientos
exaltados desde las pasiones del alma. Carros herrados de oro,
berlinas de 1300 chelines, cocheros con librea, látigos de cuero, y
ruedas pisando fangos del cementerio donde enterramos a la diosa
razón; ¡Tan puta como las meretrices del rey de Prusia!
Palos de la madera más dura de
los montes Transilvanos, todo para sepultar mi materialismo más
contumaz. Pocos salpicones de racionalismo quedan todavía en mi
entendimiento; limpiados con los recuerdos de tu mirada, de las
delicias de tu lengua dislocada en las comisuras de mi cuerpo.
Ojos clavados en los textos más
intensos de la racionalidad, deseosos de leer la cordura de la locura
más extrema. Sólo mi rabia, mi pecho saliente, avanzan con los
impulsos de tu lógica aplastante, de la lógica de los besos más
húmedos de cada rincón.
Nunca creí que mi duelo con el
racionalismo fuese vencido contigo. Con tus manos desencajadas,
voladoras, trepadoras de las enredaderas del romanticismo más
vespertino, posicionadas en el corazón más pétreo, romo y apagado.
Luces, amanecer, tempestad,
sentidos.
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